Por: Juan Chávez
Como fenómeno nuevo del cambio climático aparece el calor sofocante en regiones identificadas siempre como zonas frías y hasta heladas, donde las nevadas son cosa común.
El cambio climático nos está cambiando por necesidad, como la pandemia. El refugio, como el que buscamos contra el letal virus, es el mismo: el confinamiento en casa, sin dejar de correr el peligro que entrañan las inundaciones o las olas de intenso calor.
La ola de calor arriba de los 48 grados Celsius en la parte noroccidental de Estados Unidos y suroeste de Canadá, en los primeros días de julio contabilizaba decenas de muertos. La muerte fue por hipertermia, es decir, calentamiento de los cuerpos.
Hay gobiernos, como el de López Obrador, que le arrojan gasolina a la producción de energía eléctrica con combustibles fósiles, sin dar un paso en sentido contrario como es la producción de esa energía con recursos renovables.
Con 47.9 grados centígrados en Canadá, la ola de calor histórica sofoca al oeste del país y de los Estados Unidos. Las altas presiones atraparon el aire caliente en la región, un fenómeno meteorológico muy inusual y que no se observaba desde 1940.
Aconteció en la última semana de junio y escuelas y clínicas de vacunación COVID-19 cerraron y un evento de atletismo clasificatorio para los Juegos Olímpicos fue pospuesto: el oeste de Canadá y sectores de Estados Unidos sufrieron el lunes 28 de junio récords históricos de temperatura provocados por una onda de calor de inusual intensidad.
En Portland (Oregón) y Seattle (Estado de Washington), dos grandes ciudades del noroeste de Estados Unidos conocidas por su clima normalmente frío y húmedo, la temperatura alcanzó su máximo nivel desde que se tienen registros (1940).
Llegó a 46.1 grados Celsius en el aeropuerto de Portland el lunes a mediodía (tras un récord de 44.4 grados la víspera) y a 41.6 grados en Seattle, según el servicio meteorológico estadounidense.
Pero el oeste de Canadá se llevó la corona y la localidad de Lytton, en Columbia Británica, batió el máximo histórico del país, con una temperatura de 47.9 grados Celsius ese lunes.
La ola de calor prolongada, peligrosa e histórica persistió toda la semana y se emitieron alertas en Columbia Británica, Alberta y partes de Saskatchewan, Manitoba, Yukon y los Territorios del Noroeste.
Los ventiladores y aires acondicionados se agotaron y las ciudades abrieron centros de refrescamiento.
“Es un calor desértico, muy seco y caliente”, dijo a la AFP David Phillips, climatólogo principal de Canadá.
“Somos el segundo país más frío del mundo y el más nevado”, dijo. “A menudo vemos olas de frío y ventiscas, pero pocas veces hablamos de un clima caluroso como este (…) Dubái sería más fresco que lo que estamos viendo ahora”.
Las torrenciales lluvias, la furia huracanes y las inundaciones asolaban otras partes del mundo, como presagio de nuevo diluvio, al tiempo que surgía la posibilidad de que el “ecocidio” se reconozca como el quinto de los crímenes internacionales, sumándose a la lista de conceptos como genocidio y crímenes de lesa humanidad.
La imaginación de la comunidad ambientalista global maneja esa propuesta, con el reciente borrador de nueva definición del crimen impulsado por un panel de 12 juristas internacionales.
La iniciativa ya cuenta con un amplio respaldo de la sociedad civil y se espera que países como España y Francia apoyen su espíritu. La lucha contra el cambio climático, entonces, podría estar a punto de cambiar para siempre.
Pero, conforme los esfuerzos sustantivos y litigiosos del ambientalismo en el mundo sigan avanzando, va a ser muy difícil para la cuarta transformación de López Obrador seguir volando bajo el radar. Pemex y CFE, dos de las compañías con más emisiones de gases de efecto invernadero de toda la región, son subsidiarias al 100% del gobierno mexicano. En el caso de Pemex, quizás sea la única petrolera de gran calado que en los últimos dos años haya incrementado sus emisiones de carbono a doble dígito. Su creciente producción de combustóleo de alto azufre, claramente resultado de la política energética oficial, la perfila como uno de los peores infractores en la lucha contra el cambio climático (aunque esta no se contabilice directamente en las emisiones de Pemex). El Pemex del gobierno actual es, además, el único en jactarse de que sus inversiones ambientales no aumentarán en los próximos años.
La situación eléctrica es todavía peor. Las pretensiones del presidente López Obrador, de la secretaria Rocío Nahle y del director general de la CFE, Manuel Bartlett, por sustituir generación renovable por generación fósil (en muchos casos, combustóleo) no tienen precedentes a nivel mundial.
De acuerdo con las suspensiones de los jueces a la llamada Ley Combustóleo, y con el fallo de la Suprema Corte de Justicia en contra del llamado decreto Nahle, aquí ha habido actos arbitrarios que afectan, entre otros derechos humanos, el de gozar de un medio ambiente sano.
“Se entenderá por ecocidio cualquier acto ilícito o arbitrario perpetrado a sabiendas de que existen grandes probabilidades de que cause daños graves que sean extensos o duraderos al medio ambiente”, reza la propuesta presentada por el panel de juristas. ¿No se acerca la política energética mexicana, y su situación jurídica, peligrosamente a la definición propuesta por el panel de juristas internacionales? ¿Alguien a estas alturas podría argumentar que se desconocen los efectos climáticos y en la calidad del aire por la generación de electricidad a partir de combustóleo? ¿O los de no reducir la huella de carbono de Pemex?
Igual que para Bolsonaro y las petroleras de Brasil, México aún parece tener tiempo de rectificar. Como algunos de los propios proponentes de la criminalización del ecocidio explican, más que imaginar juicios y condenas penosamente escandalosas, lo que se busca es un cambio de consciencia y que México se aparte del ecocidio siniestro. El incendio reciente del yacimiento en la sonda de Campeche, es la muestra de ecocidio en el que está empeñado el gobierno de López Obrador.