Por: Juan Chávez
Hace 500 años cayó la Gran Tenochtitlán. Murió el sanguinario y poderoso Imperio Azteca, la historia fue cambiada como en los tiempos de Jesús, y nació el Nuevo Mundo.
Hernán Cortés con sus 900 soldados y miles de indígenas como aliados, venció a los aztecas de Cuauhtémoc, tras largos meses de batallas.
Concretamente el fin de la guerra fue el 13 de agosto de 1521 y hoy López Obrador la celebra, por todo el octavo mes del año, como un reclamo a España por las barbaries que los españoles cometieron en la Conquista y los tres siglos de la Colonia esclavizante que le siguieron y el saqueo de las riquezas de que el naciente país fue objeto.
Pero no fue así: la verdadera derrota de los pueblos mexicas se la infligió la viruela, que diezmó sus tropas y casi acabó con la población aborigen.
Bajo el lema de “500 años de la caída de Tenochtitlán”, el Zócalo de la Ciudad fue adornado con mosaicos de luces alusivos a nuestro heroico pasado, destacando la serpiente emplumada que representa al dios antiguo de Tenochtitlán: Quetzalcóatl.
Con la festividad, que no viene al caso dirimir si es buena o mala, el amo de Palacio volverá a insistir en el perdón reclamado a España, ignorando de plano el tratado que los dos países firmaron hace cerca de un siglo, después del triunfo de la Independencia para sustanciar todo resquicio de diferencias, ofensas y acusaciones.
Pedir perdón a España de nueva cuenta, equivaldría también a la necesidad de pedir perdón a Francia por la guerra de invasión y el robo de plata de las minas de Hidalgo y el Estado de México, principalmente.
O recriminarle a López Obrador por qué no le exigió a Donald Trump, cuando se entrevistó en Washington con el entonces presidente de Estados Unidos, que nos devolviera lo robado a México, más de la mitad de su territorio, en otra desigual guerra de invasión.
El 13 de agosto en realidad estaremos conmemorando los 500 años de la resistencia de nuestros pueblos originarios.
Inevitablemente, la caída de Tenochtitlán debería explicarse como un proceso de guerra y acecho paulatino por parte de los colonizadores españoles que originó la conquista del territorio mesoamericano y el inicio del proceso de colonización de los pueblos originarios.
Todo comenzó el 22 de abril de 1519. Aquel día Hernán Cortés desembarcó en las costas de Veracruz y meses más tarde, en noviembre de ese mismo año, se encontró por primera vez con el tlatoani de los mexicas Moctezuma Xocoyotzin, quien le permitió el ingreso a la ciudad. Casi dos años después, el 13 de agosto de 1521 se produjo la caída de la gran ciudad México-Tenochtitlan.
Cayó también Tlatelolco, la ciudad gemela de Tenochtitlan, que era el último punto de resistencia mexica. Tenochtitlan ya había caído días antes y una vez que los españoles capturaron a Cuauhtémoc, todas las tropas mexicas fueron vencidas.
Las fuentes de tradición hispánica incluyen las crónicas y las relaciones elaboradas por los mismos conquistadores. Hay documentos de carácter legal que, sin ser memorias para el conocimiento del pasado, sí son documentos en los que los personajes se justifican o tratan de obtener favores y prebendas y hablan de esos hechos.
En las Cartas de Relación de Hernán Cortés, que son extensas, el conquistador va narrando sus hechos de armas a la vez que se justifica y se exalta a sí mismo. Las escribió al tiempo en que ocurrían los hechos de la conquista.
Otros soldados como Andrés de Tapia, Bernardino Vázquez de Tapia y algunos más escribieron sus versiones de la guerra de conquista.
Una fuente más es la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo. Es un autor complejo que tiene una visión amplia y memoria prodigiosa; conoce muchas fuentes históricas y además es un gran narrador. Su obra refleja la emoción de un soldado que cuenta sus experiencias.
La tradición indígena también generó testimonios desde los primeros contactos con los españoles. El doctor Miguel Pastrana explica que algunos eran códices, retratos o documentos que informaban de lo que sucedía y otros eran relatos orales. “Muchos de estos testimonios no se conservaron, solo sabemos de su existencia por otros documentos que hacen referencia a estas primeras informaciones que fueron conocidas en su tiempo.”
Entre los códices más extensos están los elaborados por los tlaxcaltecas, aliados de los castellanos. Dado que el grueso del ejército que tomó Tenochtitlan estaba formado por indígenas, en su mayoría tlaxcaltecas, ellos tuvieron un papel fundamental y se asumieron como vencedores.
El Lienzo de Tlaxcala es un códice monumental que media varios metros de largo por varios metros de ancho. Cuenta la participación de los indígenas tlaxcaltecas como aliados de Cortés dando su propia versión de los hechos. Aunque el documento original se perdió, se cuenta con copias y calcas de los siglos XVIII y XIX.
La historia de la caída de Tenochtitlan constituye un “laboratorio de reflexión” donde se puede estudiar lo que ocurre cuando dos culturas tan distintas entran en contacto, considera el doctor Miguel Pastrana. Este tema es de total actualidad porque esos choques de culturas están ocurriendo en todo el mundo en la actualidad.
Hay dos formas de recordar la conquista: como el doloroso nacimiento del México moderno o como el inicio de una virtual esclavitud. Pero algo es incuestionable y borra resquicios de rencor:
La caída de Tenochtitlán abrió la historia moderna de Occidente.
Hoy, jactándose de vencedor, López Obrador ha emprendido cambiar la historia precolombina de México, a costa aun de testimonios reales como una placa en la Plaza de las Tres Culturas que rinde homenaje a los indígenas mexicanos, al colonialismo español y al México “moderno” de raza mixta que generó la Conquista.
Las tres culturas están representadas en tres edificios: Un templo azteca en ruinas, una iglesia colonial construida sobre sus ruinas y una oficina municipal moderna construida en la década de 1960. “No fue triunfo ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”, dice la placa.