Por: Juan Chávez
Como nos enseñaron en la primaria, el agua, el líquido vital, es un recurso no renovable que, en determinado tiempo, se agotará en nuestro planeta, al menos el agua dulce que los humanos podemos consumir.
Alguien, en alguna ocasión, señaló en conferencia que en el mundo no hay una gota más del agua que existe y que tampoco se producirá una gota más.
Esto, por supuesto, representa un problema que hay que solucionar de alguna manera, sin contar con la problemática de los lugares y comunidades que no tienen acceso actualmente al agua potable.
Recién, se ha dado a conocer que en 30 minutos, científicos convierten agua de mar en potable usando luz solar. Esto, es un verdadero milagro, dado que los habitantes del mundo consumimos 4 mil 600 kilómetros cúbicos del vital líquido al año y se prevé que aumente entre 20 y 30% en las próximas décadas, como fenómeno natural al incremento demográfico.
El experimento con el agua de mar resultó ser mucho más afectivo que las técnicas actuales de desalación.
El descubrimiento podría proporcionar agua potable a millones de personas en todo el mundo.
De ser así, no habría de qué preocuparse. La humanidad garantizaría saciar su sed por tiempo indefinido puesto que no acabaría de chuparse los mares que equivalen a más del 75% de la superficie terrestre.
El Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2018, destaca que “3.600 millones de personas en todo el mundo (casi la mitad de la población mundial) ya están viviendo en áreas con potencial escasez de agua al menos un mes al año, y podrían aumentar a entre 4.800 y 5.700 millones de personas en 2050”
Aquí, en el Valle de México y el de Toluca, el sistema de Cutzamala reducirá el suministro de agua por lo que resta del año. Se espera que la temporada de lluvias alcance a rebasar las 10 presas que le integran, principalmente Villa Victoria, El Bosque y Valle de Bravo que, en promedio, registran un 40% de su capacidad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF confirman que hace un año todavía había personas en el mundo que no tenían acceso al agua. Alrededor de 3 de cada 10 personas, o 2.100 millones de personas, carecían de acceso a agua potable y disponible en el hogar, y 6 de cada 10, o 4.400 millones, carecían de un saneamiento seguro.
Tal situación provocó la muerte de 361.000 niños menores de 5 años anual en el mundo a causa de las diarreas.
El Objetivo 6 en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para el nuevo milenio, que establece la necesidad de “Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos” con la finalidad de disminuir la desigualdad y la pobreza extrema, no se ha cumplido.
Cabe destacar, que no sólo consumimos el agua que bebemos o la que utilizamos en el aseo personal. En la producción de cualquier bien, producto agrícola o industrial también se consume agua. Sin el agua no podemos tener una alternativa de generación de energía.
Pero ahora, hay esperanza para dar una solución a estas situaciones de manera más efectiva, pues el equipo de investigación global consiguió transformar agua salobre y agua de mar en agua potable segura y limpia en menos de 30 minutos utilizando marcos de metal-orgánicos (MOF) y luz solar, según publicaron en la revista Nature Sustainability.
En un descubrimiento que podría proporcionar agua potable a millones de personas en todo el mundo, los investigadores no solo pudieron filtrar partículas dañinas del agua y generar 139,5 litros de agua limpia por kilogramo de MOF por día, sino que también realizaron esta tarea con más energía de manera eficiente que las prácticas actuales de desalación.
La luz solar pues sale al rescate de la humanidad si la investigación de los científicos se hace extensiva al mundo.
El problema de su distribución es otro cantar.
Hace poco más de medio siglo le propuse al entonces secretario de Recursos Hidráulicos en el gobierno de Echeverría, Leandro Rovirosa Wade, que el Valle de México y el alto desierto que se extiende hasta San Luis Potosí debían abastecerse con el agua del sureste que, con sus dos grandes ríos el Usumacinta y el Grijalva vacían enormes volúmenes al mar.
Sostenía Leandro que el agua más cara es la que no hay, pero aún así desechó mi idea porque no habría capital con que pagar la colosal obra.
Le hizo notar que si éramos capaces de construir la red de ductos petrolíferos que inundan la República, podríamos, en paralelo, hacer lo mismo con el agua potable.
“Un proyecto deja dinero, el otro no”, concretó.