Por: J. JESÚS LEMUSESPECIAL PARA LA TIMES EN ESPAÑOL Y REVISTA 4Q JULIO 14, 2021
¿Ya les conté de cómo era Héctor “El Güero” Palma en la cárcel de Puente Grande? Se los pregunto porque hoy, otra vez, este famoso narcotraficante ha sido noticia en México. Luego de más de 15 años de silencio mediático sobre su persona, se vuelve a hablar insistentemente de él.
La razón de que se vuelva a hablar de Héctor Luis Palma Salazar, el famoso “Güero Palma”, obedece a que un tribunal ha ordenado que sea juzgado nuevamente por el delito de Delincuencia Organizada, luego de haber cumplido una sentencia de 12 años en prisión en Estados Unidos, donde precisamente fue juzgado por ese mismo delito.
El gobierno mexicano, para evitar el descrédito internacional, y para que no se diga que el actual régimen está dejando el libertad a los principales actores del narcotráfico -como ocurrió tras la liberación de Ovidio Guzmán López, el hijo de Joaquín Guzmán Loera-, ha optado por mantener en prisión, en una cuestionada decisión judicial, a Héctor “El Güero” Palma.
Por eso se ha vuelto a hablar de él. Porque aun cuando estaba a punto de recobrar su libertad se ha optado por seguir reteniéndole en prisión. Y por eso me vino a la mente la historia que conocí de “El Güero” Palma dentro de la prisión de Puente Grande, donde su nombre, al menos entre el 2008 al 2011 era una leyenda entre los presos.ANUNCIO
El Güero Palma de Puente Grande
En las noches de Puente Grande, donde yo estuve encarcelado por decisión del presidente Felipe Calderón, los reos dábamos rienda suelta a nuestras emociones. Hacíamos de todo para fugarnos mentalmente del encierro. En el módulo de alta seguridad, donde yo estaba entre los presos más peligrosos de México, simulábamos un programa de radio que yo conducía por las noches.
Desde cada una de nuestras celdas, cada preso mandaba saludos y cantaba. El teniente Alberto Cortina Herrera se desgañitaba cantando al amor lejano. Seducía a la audiencia, no con su tono de voz sino con aquellas canciones viejas que a todos nos recordaban el primer amor y aquella libertad derrochada de la que sentíamos vergüenza cuando caminábamos por aquellos senderos por donde bien nos sabía conducir Rafael Caro Quintero.
A otros capos también les gustaba fugarse de la realidad. Héctor “El Güero” Palma, en su momento, hizo lo propio. A diferencia del magnetismo que derrochó en su momento Joaquín Guzmán Loera, “El Güero” era hosco. Caminaba por los pasillos de la cárcel, acompañado de cinco escoltas y no saludaba a nadie.
Cuando “El Güero” amanecía con el carcelazo sobre sus espaldas era violento. No mandaba golpear a nadie; él mismo se encargaba de saldar cuentas con los presos que le habían faltado o le caían mal. Tenía muchos enemigos dentro de la prisión y pocos presos lo reconocían como líder. Casi toda la población penitenciaria lo aborrecía, no sólo por su arrogancia sino por su conocida enemistad con el Chapo Guzmán.
Fricciones con El Chapo
Aun cuando para la entonces PGR “El Güero” Palma era socio de Guzmán, en la prisión no se comportaron como tales. Palma trató de arrebatarle el control del penal al Chapo. Por su cuenta, sin considerar la opinión del que una vez fue su socio, “El Güero” buscó la forma de tener a su disposición todo el aparato de gobierno y seguridad de la cárcel.
No solo eso, fue más allá: buscó hacerse de las mujeres del Chapo mediante la intimidación y el soborno. En varias ocasiones intentó acercarse a dos mujeres que, se sabía, tenían amoríos con el jefe del Cártel de Sinaloa: una del área de enfermería y otra de cocina. Una era conocida como La China y la otra como la Güera. Por respeto al “Chapo” Guzmán ningún preso volteaba a verlas, pero fueron constantemente acosadas con lascivia por “El Güero” Palma.
Mientras Héctor Palma intentó comprar la lealtad de los mandos del penal, “El Chapo” no dijo nada, ni siquiera puso atención a esas acciones que bien conocía de su socio, pero montó en cólera cuando supo de sus pretensiones amorosas.
“El Chapo” ordenó a sus escoltas que fueran por “El Güero” para hablar con él en el centro del patio del pasillo tres, pero orgulloso como era Héctor Palma, fue altanero y devolvió a los hombres que lo buscaban con un mensaje para “El Chapo”:
-Díganle a ese cabrón que si quiere hablar conmigo que venga a buscarme él-. Le mando decir.
La respuesta enfureció al “Chapo”. Frente a la mirada de decenas de presos que sabían de la cita y que observaban expectantes como si fuera la función del siglo, Guzmán Loera no dijo nada. Caminó alrededor de la cancha de basquetbol y pidió a sus escoltas que lo dejaran.
Cabizbajo y con las manos atrás, dio vueltas por 15 minutos. Cuando se detuvo, les dio a los hombres de su círculo de seguridad alguna instrucción y, como si una bomba fuera a explotar, cinco de ellos corrieron hacia el pasillo para encontrar a uno de los reos más cercanos al Güero Palma en el comedor.
El custodio de “El Güero” jugaba ajedrez. No le pidieron que los acompañara. Lo comenzaron a golpear y lo llevaron ante “El Chapo”. Los guardias se limitaron a ver la escena. Un ademan del Chapo bastó para que se retiraran del patio y dejaran todo bajo su control.
El hombre que le llevaron al jefe del Cártel de Sinaloa era Roberto Solís Gastélum, “El Cochi”, un jefe de sicarios que en algún momento estuvo a las órdenes de Miguel Ángel Félix Gallardo, pero dejó las filas de ese grupo cuando “El Chapo” y “El Güero” Palma iniciaron actividades por su cuenta.
Ya en prisión, “El Cochi” se alejó de Joaquín Guzmán cuando su amigo Héctor Palma lo invitó a formar parte del grupo de 12 hombres que lo cuidaban en Puente Grande. Además, el Cochi tenía motivos para no estar cerca del Chapo porque en dos ocasiones se le negó la posibilidad de hablar con su familia desde los teléfonos que el jefe del Cártel de Sinaloa tenía a disposición de todos los presos.
“El Chapo” tuvo también sus razones para negar aquella petición: Solís Gastélum no llamaba a nadie de su familia; en una ocasión se descubrió que utilizó el teléfono para contactar a un escolta de los hermanos Arellano Félix, con los que el “Güero” Palma intentaba aliarse desde la prisión. Allí comenzó el distanciamiento entre Guzmán Loera y Palma Salazar.
Por eso la negativa del “Güero” Palma para ir a hablar con “El Chapo” sólo un pretexto para que Guzmán Loera le cobrara cuenta pendiente al “Cochi”. Cuando lo tuvo enfrente, el capo no le dijo nada. Dos hombres sujetaron al “Cochi” por la espalda y lo pusieron de rodillas. “El Chapo” descargó todo su coraje con dos patadas al rostro.
Tres de sus escoltas tomaron eso como una instrucción directa y se abalanzaron contra el sicario. Ningún preso se movió de su lugar hasta que el cuerpo del “Cochi” quedó inmóvil. De algún lugar surgió una pistola, que fue accionada por uno de los hombres de confianza del “Chapo”.
Antes de que la detonación hiciera eco en las paredes, el cuerpo del escolta del “Güero” Palma se sacudió en tres ocasiones. Después, como si se tratara del final de un entierro, uno a uno los presos que fueron testigos del asesinato se marcharon despacio del patio y se fueron comentando los hechos en voz baja.
En los pasillos, “El Chapo” Guzmán ordenó a uno de los oficiales que se hiciera cargo del cuerpo. Un grupo de uniformados entró al patio y comenzó la movilización protocolaria para declarar la muerte de un reo. En el parte oficial se estableció que nadie supo de dónde procedieron las detonaciones ni se conocieron las causas de la ejecución.
El Ministerio Público que inició las averiguaciones optó por archivar el expediente ante la ausencia de testigos. Fueron llamados a declarar 10 presos de menor cuantía, quienes afirmaron ante el representante social que no se dieron cuenta de los hechos porque estaban jugando en la cancha de basquetbol.
El rompimiento con El Chapo
“El Güero” Palma entendió aquella ejecución como el rompimiento formal con “El Chapo” y reforzó su seguridad. Abrió una convocatoria para reclutar a otros 20 presos para que se sumaran a los 12 que eran como sus ojos y le cuidaban las espaldas. Extremó sus precauciones y evitaba salir al patio para no provocar a su ex socio.
“El Güero” se esforzó aún más en comprar a las autoridades de la cárcel y utilizó las amenazas para conseguir a las mujeres del “Chapo”. Además, trató de demostrar su poder secuestrando a dos escoltas del “Chapo”. No los mató, pero los dejó lisiados de por vida.
Las demostraciones de poder del “Güero” Palma no se limitaron al interior de la cárcel. También mandó ejecutar a cinco de los hombres más cercanos al “Chapo” que se encontraban en Sinaloa y a otros tres que estaban en la cárcel de Culiacán. Incluso acarició la posibilidad de secuestrar a la familia de Guzmán, para lo cual se alió con los hermanos Arellano Félix, cuyos sicarios fueron su brazo ejecutor fuera de la prisión.
Desde el penal federal de Puente Grande, “El Chapo” hizo lo que estuvo a su alcance y ordenó a la dirección del penal que limitara las actividades de Palma Salazar. Por instrucción oficial se le notificó al “Güero” que no podía caminar más allá de su pasillo, excepto por instrucciones de los oficiales. Por órdenes del “Chapo”, “El Güero” Palma fue enviado dos veces a celdas de castigo, donde se le mantuvo aislado y limitado en sus actividades y alimentos durante tres meses.
“El Güero” cambió su estrategia. A través del entonces procurador general de la República, Jorge Madrazo Cuéllar, ofreció al gobierno federal información para ubicar a los principales colaboradores del “Chapo”. Así les daba a las autoridades la posibilidad de iniciar una cacería contra el Cártel de Sinaloa o del Pacífico, que en ese momento ya se consideraba la organización más importante del narcotráfico mexicano.
La Tragedia de “El Güero”
La intención del “Güero” Palma no sólo era disminuir al “Chapo”, sino de paso cobrar venganza contra Miguel Ángel Félix Gallardo, quien lo inició en el tráfico de drogas y con el que en ese momento mantenía una guerra a muerte porque le atribuía a sus sicarios los asesinatos de su esposa y dos de sus hijos.
Los hermanos Arellano Félix, sobrinos de Miguel Ángel Félix Gallardo, se deslindaron de esos crímenes y responsabilizaron de ellos a Guzmán Loera. Le explicaron, a través de un mediador, que la ejecución de su mujer, Guadalupe Leija, y la de sus dos hijos, fue obra de Rafael Clavel, un venezolano que estaba al servicio de Miguel Ángel Félix Gallardo por sus amplios conocimientos en lavado de dinero y manejo de cuentas bancarias a nivel internacional.
En prisión, el Güero Palma supo que Clavel había roto el código de los cárteles al atentar contra una familia. Por eso movilizó mar y tierra para dar con el paradero del asesino. De acuerdo con reportes de la DEA, Rafael Clavel buscó a Guadalupe en Guadalajara, Jalisco; aparentó un encuentro casual y la comenzó a enamorar.
Él pretendía tener acceso a las cuentas bancarias del “Güero” Palma y la convenció de que fuera a vivir con él unos días. Estuvieron en varias ciudades del país como una pareja furtiva de enamorados. Luego se fueron a San Francisco, California, y Clavel tuvo acceso a una cuenta de más de siete millones de pesos.
Cuando el dinero del “Güero” Palma estuvo en sus manos, el sicario venezolano decapitó a Guadalupe. No conforme con ello, mandó la cabeza de la mujer por paquetería a la casa de “El Güero” Palma en Culiacán. Los dos niños también fueron ejecutados de manera brutal: Clavel los arrojó de un puente y se dio el lujo de notificárselo a su padre.
Posteriormente Rafael Clavel intentó refugiarse en la ciudad de Caracas, Venezuela, pero hasta allá llegó el brazo del “Güero” Palma. Con el apoyo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), aliadas de varios capos del Cártel del Pacífico, localizó al asesino de su familia y empezó a cazarlo.
Clavel no tuvo más opción para escapar de la furia de su enemigo que esconderse en una prisión de su país. Se entregó a las autoridades venezolanas como operador financiero de Miguel Ángel Félix Gallardo y gustoso fue a prisión.
No pasaron ni dos meses desde que lo sometieron a proceso judicial cuando Clavel fue encontrado muerto en su celda. Manos anónimas le dieron siete puñaladas que no eran de muerte: lo dejaron desangrarse lentamente y, todavía con vida, le cortaron la cabeza. No dejaron un mensaje ni nada que relacionara explícitamente su ejecución con la venganza que le juró “El Güero” Palma, pero le cortaron los testículos.
La sangre de Clavel no fue suficiente para calmar el dolor de Héctor Palma. Otras 30 personas cercanas al narcotraficante y colaboradores de Miguel Ángel Félix Gallardo también fueron ejecutadas en diversas ciudades mexicanas, principalmente en los estados de Sinaloa, Jalisco, Sonora y Baja California.
Muchos de esos ejecutados también estaban ligados con el cártel de los Arrellano Félix, quienes sólo reclamaron como ofensa la muerte del abogado Joel Solorio Rosas, de la cual se disculpó “El Güero” cuando ya estaba en prisión. A manera de colofón, Palma también mandó ejecutar a los tres hijos de Clavel, cuyos cuerpos fueron hallados con la cabeza destrozada en un barrio de clase alta en Caracas.
Una tregua dentro de prisión
Con ese antecedente, “El Chapo” Guzmán sabía de lo que era capaz “El Güero” Palma, por eso limitó la guerra al interior de la cárcel. Primero le mandó un mensaje en el que ratificó el protocolo de honor del narco: el respeto a la familia. Palma respondió en los mismos términos y entonces la dirección de la cárcel federal de Puente Grande, por instrucción del “Chapo”, levantó el castigo al “Güero”, a quien sacaron de la celda de aislamiento y se le permitió andar por diversos sectores de la cárcel.
De cualquier forma no volvieron a confiar uno en el otro ni buscaron la forma de restablecer la alianza que una vez firmaron con sangre. En tres ocasiones se les vio compartir el patio a la misma hora. Jugaron basquetbol sin siquiera verse a los ojos. Ordenaron a sus equipos que ni siquiera se tocaran en la disputa del balón, para evitar fricciones.
Fue el más extraño partido que se haya visto: únicamente el balón se movía por la cancha, los jugadores se mantenían en sus posiciones como estacas, observando las manos del otro equipo. Al término de uno de esos juegos, Guzmán y Palma se quedaron al centro de la cancha y sólo ellos supieron de lo que hablaron.
Los escoltas de ambos y los espectadores del asombroso partido, todos expectantes, se desilusionaron cuando los jefes se dieron la espalda sin saludarse de mano ni dar muestras de que se hubiera allanado su áspera relación.
Después, ante los rumores de que había sido blando, para evitar que su liderazgo cayera, el propio “Chapo” Guzmán debió hablar con algunos presos, no para darles explicaciones sino para que lo ayudaran a que la tranquilidad del penal no se alterara y siguiera pasando inadvertido todo lo que ocurría en Puente Grande.
“El Güero” Palma ni siquiera se tomó la molestia de hablar con sus hombres. Siguió siendo como era antes de llegar a la prisión: un hombre seco, de pocas palabras, que no veía en su entorno nada que no fueran sus intereses. Su más grande muestra de aprecio hacia algunos reos de su grupo era invitarlos a sentarse al sol y escucharlos atentamente mientras contaban sus deseos más grandes, los que realizarían cuando salieran del presidio.
El sueño de “El Güero”
Él hablaba con frecuencia de un sueño: irse a vivir a una isla donde no tuviera que ver a nadie. Se imaginaba rodeado de palmeras y tirado bajo el sol; así esperaría que cayera la tarde, no por ver el espectáculo del astro cayendo en el infinito mar, sino por sentir que había logrado vivir un día más sin meterse en problemas.
-Quisiera tener por lo menos un día de paz, en el que no tenga que pensar a quién debo matar ni de quién debo cuidarme-, se le escucho decir en alguna ocasión como si fuera un secreto de confesión.
Como el resto de los prisioneros, “El Güero” Palma también se fugaba de la reclusión de manera constante, aunque fuera con el pensamiento. Adentro de su celda, se tiraba sobre la cama por largas horas y hablaba con el techo. Dibujaba un mapa con las cosas y los seres que le gustaban.
Cuentan que sonreía cuando iban apareciendo las imágenes de sus padres, su esposa y sus hijos. Hablaba con ellos. Les contaba lo difícil que era estar preso y les pedía que no le lloraran. La muestra más evidente de sus fugas era el moqueo de nariz.
Como lo marcaba la regla no escrita de la cárcel, mientras Palma permanecía en aquella abstracción nadie debía hablar ni hacer ruidos que lo sacaran de su concentración, pues el reclamo del capo lo mismo podía quedar en una reprimenda en privado o llegar a una golpiza de sus escoltas.
El amo y señor de Puente Grande
Porque los escoltas del “Güero” no sólo se encargaban de su seguridad; también ejecutaban las sentencias que le dictaba la ira. En el penal los conocían como Los Bateadores porque estaban armados con bates de béisbol que usaban cuando algún preso le faltaba al respeto a Palma.
Sin importar la hora, llegaban a la celda del ofensor y lo sacaban al pasillo; lo ponían de rodillas, lo obligaban a reconocer la falta cometida y lo hacían pedir perdón en voz alta. Después el infortunado, sin importar si trabajaba para otro capo, debía admitir que en la prisión federal sólo tenía valor la palabra del “Güero” Palma.
Dependiendo de la ofensa, el preso era sancionado. A veces bastaba un ligero golpe en la cabeza o tres batazos en las nalgas, pero si se consideraba que el desacato era mayúsculo, como desobedecer una orden directa del capo, caía sobre el castigado una lluvia de golpes que en no menos de tres ocasiones terminaron en la muerte.
Luego Los Bateadores se marchaban en silencio, no sin antes recomendar a los expectantes oficiales de guardia que recogieran lo que quedaba del interno. Las golpizas a otros presos eran el pasatiempo preferido del “Güero” Palma en la cárcel. Cuando no estaba ordenando castigos a sus compañeros de pasillo, el capo se sumía en sus pensamientos.
Fugas mentales de la prisión
A Palma le gustaba el béisbol y por eso buscaba a los presos que juzgaba capaces de narrar partidos ficticios. Se apasionaba escuchando la crónica de una supuesta final entre los Naranjeros de Hermosillo y los Tomateros de Culiacán.
Aquellas veces se sentaba en una banca del patio e invitaba al mayor número de presos posible para que lo acompañaran, y mientras hacía ademanes a un imaginario vendedor de cerveza que pasaba por su mente y le exigía que llevara bebidas para todos, ordenaba al cronista de aquellos encuentros que diera rienda suelta a la imaginación.
Los reos invitados a esa banca improvisada como tribuna también hacían lo suyo. Algunos fingían beber la cerveza que corría siempre por cuenta del anfitrión. Después venían las porras al bateador en turno.
La pasión de Palma llegaba al extremo. Con los ojos claros clavados en el imaginario diamante del campo, traspasando el gris concreto de la cancha de basquetbol, saltaba de gusto en la tribuna, aplaudía y se llevaba las manos a la cabeza. Sufría con cada jugada de su equipo. Se desgañitaba en insultos hacia los Naranjeros de Hermosillo y obligaba al cronista a que fuera modificando las acciones imaginarias del encuentro. Bajo ninguna circunstancia los Tomateros de Culiacán podían estar abajo en el marcador.
Si por alguna causa sentía que el narrador de los encuentros estaba inclinando la balanza del juego hacia el equipo de Hermosillo, lo relevaba a mitad del partido. “El Güero” buscaba a alguien que llevara el partido de los Tomateros por un rumbo mejor. Algunos presos se esforzaban por cumplir el capricho del capo: relataban las jugadas imaginarias con pinceladas de color y entrevistas, mediante “enlaces en vivo”, con cada uno de los bateadores que iban bajando del montículo.
Las entrevistas en directo que más le gustaban eran las de aquellos jugadores que sumaban puntos para los Tomateros de Culiacán. Cuando la simulaban, Palma ordenaba a uno de sus hombres de confianza que se comunicara por teléfono con el jugador, le hiciera llegar sus saludos y le mandara una botella del mejor vino para festejar su actuación.
A veces la felicidad por el resultado final del encuentro no se limitaba a una botella de vino, sino que ponía a disposición del jugador “lo que quisiera”. Entonces “El Güero” ordenaba que le hicieran llegar una compensación económica que iba desde los 100 000 hasta los cinco millones de dólares. El imaginario regalo en efectivo, según lo ordenaba, iba acompañado de un auto último modelo de la mejor marca o una residencia en cualquiera de las ciudades preferidas del capo: México, Miami o Madrid.
A lo lejos, las excentricidades y la generosidad de Palma con los jugadores imaginarios de los Tomateros de Culiacán eran observadas con algo de morbo por “El Chapo”. Sonreía. Movía la cabeza. Soltaba la risa viendo la forma tan seria con la que su ex socio asumía aquella infantil situación.
Cuando la barra de presos seguía emocionada el partido desde la banca, “El Chapo” Guzmán y sus hombres -que no lo dejaban ni a sol ni a sombra- tampoco escapaban de la inercia y de pronto ya estaban buscando en el cielo la trayectoria de la pelota, que no se veía pero era seguida por decenas de ojos hasta que todos los espectadores festejaban un impecable home run.
Les ganaba la amistad
La emoción del “Chapo” de “ver” una anotación más de los Tomateros de Culiacán era saludada por el grupo del Güero Palma con un aplauso que convertía aquel reducto de la prisión federal en un verdadero estadio.
-Mándenle de mi parte una botella de coñac a ese cabrón-, terminaba “El Chapo” por avalar la imaginaria fuga con la que se divertía la tribuna del “Güero” Palma.
Sólo que las ofertas del jefe del Cártel de Sinaloa no eran tan imaginarias. Mientras estuvo en la prisión federal de Puente Grande les hizo llegar millonarios regalos al menos a una docena de jugadores de los Tomateros de Culiacán.
Sus enviados personales entregaban los objetos con una tarjeta que decía del puño y letra del remitente: “Un presente de sus amigos en prisión”, y firmaba con las iniciales JGL, de la misma forma con la que rubricaba sus cartas de amor que desde allí le mandó a Zulema Hernández, la ex policía que conoció en prisión. El capo sinaloense estaba orgulloso de haberla conquistado con sus palabras escritas, una botella de whisky y media docena de rosas.
Los regalos a los beisbolistas de su equipo favorito pudieron tener sólo la intención de ganarse su simpatía, pero en la prisión federal se consideró como una señal de Guzmán para agradar al “Güero” Palma, en recuerdo de la alianza que una vez mantuvieron.
Amigos por siempre
Lo cierto es que “El Chapo” Guzmán, cuando estaba de buenas y hablaba de su vida personal, no dejaba de reconocer que Palma le salvó la vida en varias ocasiones. Contaba con detalles cómo estaba rodeado por un grupo de sicarios de los hermanos Arellano Félix en Hermosillo, cuando “El Güero” irrumpió con casi 100 sicarios y lo rescató.
También relató con algo de emoción cuando, con el apoyo del “Güero” Palma, le arrebató la plaza de Mexicali al Cártel de Tijuana para introducir droga a Estados Unidos. También le atribuía a Palma la idea de cavar túneles bajo la línea fronteriza para disminuir la posibilidad de pérdidas.
Esa idea “El Chapo” la aplicó igualmente, con gran rendimiento económico, en varios lugares entre Tijuana y San Diego. Aquellos túneles fueron verdaderas obras de ingeniería de más de cinco kilómetros, que contaban con alumbrado, oxígeno y rieles para el transporte mecánico de toneladas de cocaína que abastecían el mercado estadounidense.
-Era muy bueno con las ideas —llegó a decir “El Chapo” sobre el Güero Palma—. A mí nunca se me habría ocurrido enlatar cocaína para que pasara por la frontera.
Los envíos de cocaína de Guzmán a Estados Unidos están bien documentados por la DEA. Con base en los testimonios que después ofrecería uno de sus operadores de más confianza en el manejo del dinero, el contador Miguel Ángel Segoviano, se pudo establecer que el Chapo no sólo hacía enlatados de cocaína que pasaba por tren a Estados Unidos haciendo parecer que se trataba de chiles; pudo introducir asimismo latas con el sello comercial La Comadre que aparentemente contenían frutas en conserva, verduras precocidas y hasta leche en polvo.
“El Güero” Palma tuvo otra iniciativa: introducir droga a Estados Unidos mediante un sofisticado método que aprendió de sus socios colombianos y que a la fecha sólo utiliza aquí el Cártel del Pacífico: la cocaína líquida.
El Chapo les contaba a sus allegados en la cárcel que cuando Palma le platicó esa idea él soltó la risa. Después pudo ver cómo la cocaína, con un minucioso proceso químico, se podía disolver en diversos líquidos, principalmente chocolate. De esa forma el Cártel del Pacífico pudo enviar enormes cargamentos de líquido al país vecino:
Unas veces la droga iba disuelta en chocolate y otras en leche. Los capos hasta crearon una marca de jugos para exportar la droga; se llamaba Los Dos Amigos, como lo eran entonces Guzmán y Palma.
Una vez conocida la técnica para transformar la apariencia de la cocaína, Palma se volvió más creativo. Relataba “El Chapo” que un día llegó con unas donas en un plato, que dejó en una mesa de centro. Se sentó junto a su entonces socio en un sofá y lo miró sin decir nada.
-¿Y eso, compadre? —Preguntó “El Chapo”—, ¿Ahora se va meter al negocio de la panadería?
“El Güero” no dijo nada. Sonrió y respiró hondo. Entonces tomó una dona y se la puso en la boca a Guzmán.
-Pruébela, compadre —le dijo—, le va a gustar. Me quedaron muy buenas estas pinches donas. Se me hace que hasta las voy a exportar.
“El Chapo” lo miró, incrédulo. Estaba a punto de dar la mordida pero “El Güero” le retiró la dona a tiempo.
-¡No, compadre, mírela primero!
“El Chapo” tomó la dona. No le vio nada extraño y se la devolvió con delicadeza a su compadre, como si de pronto sintiera que su vida estaba en peligro.
-Pues es una dona normal —le dijo—, pero tenga, no sea que me vaya a explotar.
Con una carcajada, “El Güero” volvió a colocar la dona en el plato, junto a las otras.
-Las voy a mandar a Estados Unidos —dijo—, a los gringos les va a gustar el azúcar. Se van a volver locos de felicidad.
Las donas estaban cubiertas con azúcar hecha a base de cocaína. Otras estaban bañadas de chocolate y de glaseado de fresa, también a base de la droga. Colocadas en empaques con la marca Mi Panadería, comenzaron a exportar cantidades industriales a Estados Unidos.
La estrategia del “Güero” Palma para el tráfico de drogas en la frontera norte consistía en ocultar su mercadería dejándola al descubierto y fue uno de los métodos más redituables para el Cártel del Pacífico. En ese mismo sentido se le ocurrió empaquetar grandes cantidades de mariguana con forma de sandías, las que después de ser formadas se colocaban en camiones que pasaban sin mayor problema por las garitas de Tecate y Tijuana, principalmente.
También por sugerencia de Héctor Palma, “El Chapo” pudo innovar con la construcción de submarinos; en un taller mecánico de Tijuana le armaron tres submarinos, que si bien no fueron utilizados para enviar cocaína a Estados Unidos, resultaron muy útiles para trasladar la droga desde Colombia o Panamá hasta Mazatlán, aunque a veces, las menos, la flota zarpaba desde el puerto de Lázaro Cárdenas, Michoacán, con cargamentos de mariguana que le enviaba su socio y amigo Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, quien posteriormente fundaría el Cártel de Jalisco Nueva Generación con ayuda de Guzmán Loera.
Antes de que “El Güero” Palma introdujera esas ideas, reconocía el jefe del Cártel del Pacífico, la manera más ingeniosa de introducir la droga a Estados Unidos era lanzarla con catapultas. Los paquetes eran proyectados por el aire para que fueran cachados por sus trabajadores del otro lado.
El método causaba muchas pérdidas. Únicamente uno de cada 20 envíos alcanzaba su destino y la mayoría de los que atrapaban la droga del lado norteamericano terminaban en la cárcel, lo que también representaba un costo elevado para el cártel, pues había que mantener a las familias y pagar los abogados de aquellos fracasados narcotraficantes.
Pero sin duda la mayor aportación del “Güero” Palma al Cártel del Pacífico —así lo reconoció el Chapo en prisión— fue transportar cocaína disfrazada de carbón vegetal. Inicialmente los paquetes, elaborados a semejanza de un trozo de carbón, fueron recubiertos con una película de fibra de vidrio y pintados de negro.
Los trozos del falso carbón se colocaban en furgones de tren repletos de ese combustible, que pasaba sin mayor problema todas las revisiones de las autoridades norteamericanas. Posteriormente esa técnica avanzó: los trozos verdaderos de carbón vegetal eran perforados para colocar dentro la droga. Había ocasiones en que 50 por ciento del cargamento de carbón de un vagón estaba relleno de la mercancía ilegal.
Un regalo inolvidable
Por esa razón, a pesar de las diferencias surgidas en el encierro con “El Güero” Palma, “El Chapo” no dejaba de respetarlo y así se lo demostraba cada que podía. En una ocasión, tras observar que Palma insistía en imaginar el juego de béisbol que siempre ganaban los Tomateros de Culiacán, Guzmán Loera quiso darle un regalo a su compadre:
Ordenó que por la noche una brigada de custodios borrara las líneas que marcaban la cancha de basquetbol y que en su lugar se trazara un diamante de béisbol. Ordenó que se dibujara en el centro el escudo de los Tomateros y se colocara la leyenda: “Tomateros, Campeón de Campeones”.
A la mañana siguiente, cuando “El Güero” salió de su celda para dirigirse con sus seguidores a la rutina diaria del partido imaginario, se quedó literalmente con la boca abierta. Los trazos en el concreto hablaban más del cariño del “Chapo” que de la posibilidad de observar mejor los imaginarios encuentros.
Era un niño que saltaba de alegría ante la sorpresa de su ex socio. Volteó hacia la comitiva que lo acompañaba y con una risa que pocas veces puede surgir del rostro de un preso comenzó a abrazar a todos los que lo acompañaban. La euforia los invadió a todos y se fundieron en abrazos y gritos de alegría como si aquel gestó le significara todo en la vida.
Luego, de manera improvisada, sabiendo de antemano quién era el autor del regalo, al unísono gritaron una porra para “El Chapo”.
Guzmán Loera constató la alegría de sus hermanos de rejas desde el silencio de su ventana. No dijo nada. Acostumbrado como estaba a hacer felices a los presos —esto lo contó Noé Hernández—, se dio la media vuelta y se tendió en su mesa de concreto para escribir algunas líneas en una carta.
Los gritos que llegaban desde la cancha lo sacaban de concentración en algunos momentos. Sólo movía la cabeza de vez en cuando como para retomar las ideas que se esfumaban a cada grito de home run de aquellos hambrientos aficionados que una vez más estaban mentalmente fuera de la prisión y fuera de sí. “El Chapo” seguramente estaba buscando otras formas más concretas para evadirse de Puente Grande.
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