Por:Juan Chávez ► El presidente López Obrador en el balcón central de Palacio Nacional, arengando a los héroes y heroínas que nos dieron patria y libertad, estará solo, acompañado por su esposa y quizá sus hijos y el pequeño hijo de ambos.
Se ha preparado un espectáculo especial con los modernos rayos laser que crean figuras en el espacio, pero nada será igual a la emoción de vivir el Grito en vivo… aunque sea detrás del aparato televisivo.
Ese grito de la multitud apeñuscada en la Plaza de la Constitución, les llega a todos los mexicanos al último rincón de su espiritual mexicanismo.
Ahora no será igual. Será un grito esotérico, definido este término por el diccionario como adjetivo “oculto, reservado”. En filosofía se dice de tal concepto que “los filósofos de la antigüedad griega comunicaban sus conocimientos a corto número de sus discípulos”. Algo así como los que ahora estén dentro de Palacio, vivirán.
Una plancha del Zócalo vacía. Un grito sin gente, como la rifa del avión sin avión o como la consulta popular para enjuiciar a los expresidentes que no conjuntó las firmas requeridas.
No sonarán los ¡Viva México!, que rematan la arenga presidencial. Faltará la emoción popular de vivir la tradicional ceremonia, históricamente cambiada a la noche del 15 de septiembre por Porfirio Díaz en el capricho de hacer coincidir el festejo nacional con su cumpleaños.
Antes, mucho antes, el 16 de septiembre de 1812, dos años después del Grito en Dolores, Ignacio López Rayón, secretario del cura Hidalgo, celebró el aniversario del Grito de Dolores en Huichapan, estado de Hidalgo.
Muertos los héroes, ahí, en ese breve poblado hidalguense, nació la tradición del Grito.
José María Morelos, héroe epónimo de la guerra independentista, planteó en sus “sentimientos de la Nación” –texto base de la Constitución de 1814–, solemnizar el día 16 de septiembre “como un día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia”; el texto final declaró a la fecha “una fiesta nacional”.
Hoy la pandemia, además de los más de 70 mil mexicanos que se ha llevado al panteón, nos deja a los mexicanos huérfanos de la emoción del Grito de Dolores.
Hidalgo, por cierto, no fue el que hizo sonar los bronces de la campana que hoy se encuentra arriba del balcón de honor de Palacio. Fue el campanero de la parroquia el que la hizo repiquetear, José Galván.
El badajo que no toco el Padre de la Independencia, tiene su historia. El primer punto ya quedó anotado: Hidalgo no lo movió. Luego, en los festejos del Centenario, seguidores de Madero lo envolvieron en trapos y por más que se esforzó, Porfirio Díaz no logró que la campana repiqueteara.
En 1987, me tocó a mí la faena. El 16 de diciembre de ese año, Manuel J. Clouthier, candidato a la Presidencia de la República por el PAN, inició su campaña en Dolores Hidalgo y el gobernador de entonces, Rafael Corrales Ayala, me pidió impedir que el panista hiciera sonar la campana, “como un nuevo llamado a la libertad”. Lo único que hice fue retirar el badajo.
De la fiesta nacional, esta noche, nos priva el maldito coronavirus. El desfile, mañana, es otro boleto. Lo tengo retratado como acto acartonado de las tropas que ahora se hallan dispersas en el país en la lucha contra el crimen organizado.