EU-China, ¿nueva guerra fría?

Cuatro Q

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Información & Análisis

Por: Juan Chávez

En nuestros tiempos reporteriles, ante la desatada violencia de género, expresábamos “para acabarla de amolar se la subieron a la cama”

Algo de este dicho que pregonábamos, está sucediendo entre Estados Unidos y China que no cesan en sus declaraciones excluyentes y les alejan cada vez más de un entendimiento.

La búsqueda de un acuerdo parece haber cesado, pues ambas potencias, ahora, se enfrascan en una carrera armamentista a la vista de posibles ataques con misiles de largo alcance. La carrera armamentista, por supuesto, es en el terreno nuclear. Algo que alguien ha rematado como “lo último que necesita este siglo”.

La idea de una Segunda Guerra Fría entre Occidente y China ha evolucionado rápidamente de una analogía engañosa a una profecía auto cumplida. Pero la China contemporánea no se parece en nada a la Unión Soviética y, en el mundo actual, simplemente no podemos permitirnos otro choque de sistemas mutuamente excluyentes, sostiene Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores de Alemania y vicecanciller de 1998 a 2005 y líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

La cumbre del G7 de este mes pareció confirmar lo que ha sido evidente desde hace mucho tiempo: Estados Unidos y China están entrando en una guerra fría similar a la entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la segunda mitad del siglo XX. 

La rivalidad sistémica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética fue precedida por una de las guerras “calientes” más brutales y catastróficas de la historia, y reflejó la primera línea de ese conflicto. Aunque Estados Unidos y la Unión Soviética fueron los principales vencedores después de la rendición de Alemania y Japón, ya habían sido enemigos ideológicos antes de la guerra.

En los albores de la era nuclear habían perturbado fundamentalmente la política del poder al hacer imposible cualquier guerra futura por la hegemonía global sin la auto aniquilación. La destrucción mutua asegurada mantuvo “fría” la confrontación de las superpotencias, aun cuando amenazaba a toda la humanidad con una catástrofe nuclear.

La situación entre Estados Unidos y China hoy es totalmente diferente. Aunque el Partido Comunista de China llama al país “socialista” para justificar su monopolio político, nadie se toma esa etiqueta en serio. China no define su diferencia con Occidente según su posición sobre la propiedad privada; más bien, simplemente hace y dice lo que sea necesario para mantener el gobierno de partido único.

El carácter híbrido del sistema chino es lo que explica su éxito. China está en camino de superar a Estados Unidos, tanto tecnológica como económicamente. Alrededor de 2030 será una hazaña que la Unión Soviética nunca tuvo la oportunidad de lograr en ningún momento de sus 70 años de historia.

El “socialismo multimillonario” de China está claramente mejor equipado para competir con Occidente que el antiguo sistema soviético. Si la rivalidad sistémica actual no es la misma que en la Guerra Fría, ¿de qué debería tratarse realmente una Segunda Guerra Fría? ¿El objetivo es obligar a China a volverse más occidental y democrática? ¿O es simplemente para contener el poder de China y aislarlo tecnológicamente (o, como mínimo, frenar su ascenso)? Y si Occidente lograra alguno de estos objetivos, ¿entonces qué? De hecho, ninguno de estos objetivos podría lograrse nunca a un costo razonable para las partes involucradas.

China es el hogar de 1,400 millones de personas que pueden ver que ha llegado su oportunidad histórica de reconocimiento mundial. China quiere ser el “número uno” en el mundo. Económica y militarmente. La gran potencia dominadora del planeta pues.

El reconocimiento de Occidente de que China no se volverá más democrática a fuerza de su desarrollo económico y su integración en la economía global es necesario y ha vencido desde hace mucho tiempo. El siglo XXI no se caracterizará principalmente por un regreso a la política de las grandes potencias en absoluto, incluso si eso mira hacia dónde se dirigen las cosas ahora.

La experiencia de la pandemia nos obliga a tener una visión más amplia y más profunda. El Covid-19 fue un mero preludio de la crisis climática que se avecina, un desafío global que obligará a las grandes potencias a abrazar la cooperación por el bien de la humanidad, independientemente de quién sea el “Número uno”.

Por primera vez, la pandemia ha hecho de la “humanidad” más que una abstracción, convirtiendo ese concepto en un campo material de acción. Contener el coronavirus y salvar a todos de la amenaza de nuevas variantes peligrosas requerirá más de 8,000 millones de dosis de vacunas. Suponiendo que el calentamiento global y la sobrecarga de los ecosistemas regionales y globales continúen a buen ritmo, este mismo campo de acción global se convertirá en el dominante en el siglo XXI.

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